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lunes, 19 de marzo de 2012

Aceptar la muerte

Cuando se trata de la muerte de un ser querido, uno quisiera encontrar muchas respuestas y ojalá algún culpable vivo para desbocar toda la ira. Ojalá encontrar un responsable y que se queme en la cárcel. Pero no todas las veces la muerte de un conocido tiene relación con la negligencia de otra persona. No hay culpables, sólo una victima que se encontró con su destino y ante eso es mejor resignarse.
La muerte de un conocido, joven, que está viviendo las mismas cosas que uno impacta profundamente. Generalmente, la vejez se asocia con el deceso de la persona. Es natural y normal que alguien muera por una enfermedad grave o por que los años le pasaron la cuenta. Pero aceptar la muerte de alguien en un accidente, que además tenía todo un futuro por delante es sencillamente imposible, por lo menos a primera vista. Esta persona deja una familia destruida, unos amigos que lo acompañaron en varios momentos y una polola que sólo sabe decir gracias ante la ayuda que ha recibido. En estos momentos, es cuando se ve cuán querida fue aquella persona. 
Un agregado importante es el llanto, las lágrimas de rabia, dolor e impotencia por no haber podido hacer nada, lágrimas de resignación ante un acontecimiento que era inevitable que ocurriera, lágrimas que no aceptan la partida de esta persona. Son muy necesarias para comenzar a asimilar que no la veremos más sonreir, ni jugar, ni hacer las cosas que todos hacemos, sólo quedará en nuestro recuerdo. 
Sin duda lo más impactante es el decir adiós. Ahora comprendo cuan necesario es darle un funeral a la persona fallecida, porque de esa manera se asimila que murió y se puede vivir un duelo y se puede salir adelante. Los más cercanos de seguro nunca podrán olvidarlo y deberán aprender a vivir con ello, pero darle una ceremonia de entierro al cuerpo es lo más significativo para poder continuar con la vida, antes de eso sólo se perdura el estado de schock, el estado traumático que no asimila la muerte de la persona y anhela la esperanza extraña que por razones divinas un día se vuelva a ver con vida. No sólo se trata de una ceremonia religiosa, sino que de un paso hacia otro mundo, para que puedan continuar su existencia en tranquilidad. 

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